Nunca me atreví a compartir mis sueños,
nunca hablé sobre lo que quería,
nunca hice saber al mundo quién era,
porque escuché una vez que
los deseos, si los dices en voz alta,
no se cumplen.
Y pensé que podría pasar lo mismo
con todo lo demás.
Así que aprendí a mentir,
de mentira.
Y a ser menos.
Yo no quería tener la culpa
de vivir en un mundo
en el que el amor se desvanecía.
Y tenía miedo de descubrir
que mis sueños nunca se cumplirían.
Les creí tantas veces, a esas voces.
Y tantas veces me equivoqué.
Es en el silencio que mueren los sueños.
Y en la soledad se escurre el calor.
Quizás vivir queme,
pero mejor quemarse
que morir helado.
Duele más, pero
se siente mejor.