Déjame apreciar esta criatura
que se pasea entre nuestras vidas,
que nos cobija entre sus alas,
que nos confiesa partes ocultas de nosotros
extranjeros en nuestro hogar.
Déjame que te confiese de su inspiración
la musa de mis amaneceres.
Déjame que te diga que
no hay sitio mejor que visitar
cuando la vida me ahoga.
Que nunca encontré más cálido
rayo de sol que su caricia.
Que me eriza la piel pensar en ella,
esta irrompible criatura.
Nacida del tiempo y sus giros,
de los misterios de las atracciones,
de la comprensión de los nervios hinchados,
de la aventura de compartir sentimientos
y valorar incluso esos mismos pecados
que nos enturbiaron la vista
y hundieron en las tinieblas;
surgida pues del conocimiento,
conocimiento de nuestros archivos vitales.
Déjame que te diga
que encontré en ella
algo más de esperanza.
Encontré en ella
mi vida por vez primera,
la puerta al mundo
en el que tenía fe,
pero confianza ninguna
en su existencia.
Esta criatura me ha cambiado.
Una y mil veces lo ha hecho.
Es ella quien me confió
el secreto más bonito.
Unas palabras que no son solo palabras,
sino el hechizo que da vida a esta criatura
y que alimentamos entre nosotros.
Déjame que te diga
que he encontrado la felicidad
entre estos brazos.
Y ya no puedo olvidar
esta parte de mí,
presencia y ausencia
de uno y otro ser
a la vez.
Déjame que te diga
que voy a cuidarla
hasta que mi alma se rompa en pedazos
y los átomos pierdan toda memoria,
la identidad desaparecida.
Déjame que te diga
ya una última cosa:
quiero a esta criatura.
La quiero incluso sin palabras,
sin medida, sin duda,
sin nada más que amor.
Y, claro,
te quiero también
a ti.