¿Dónde se fueron esas mariposas
que no me dejaban cerrar los ojos
sin un pensamiento que me iluminara
el rostro cubierto de rojo
y me hacían escuchar
el tambor de la humanidad?
¿Dónde se fueron mis luciérnagas,
voladoras y simpáticas,
señalando la luna todas las noches,
gritando nombres y dibujando
miradas de medio desconocidas
que me quitarían el aliento
la siguiente vez que las mirara?
¿Dónde os fuisteis, queridas?
¿Porqué abandonasteis esta
mi ciudad, mi paraíso,
el sitio de mis sueños,
el templo de hueso,
la fuente de calidez
de todo verano vital?
¿Subió demasiado la temperatura?
¿Queríais un lugar más templado
con menos tempestad?
¿Más susurros y menos caricias?
¿Más espiritualidad, más impulso?
¿Más creatividad, más aventura?
¿Os aburristeis, pequeñas?
¿Qué fue verdadermanete lo que pasó?
¿Porqué desaparecisteis?
Todas ellas se fueron,
por mucho tiempo quedó bien poco de ellas,
siluetas en el suelo de habitaciones
ya desamuebladas.
Mis mariposas, se fueron.
Las luciérnagas, también.
Y en su lugar creció
un rosal,
que sube por mi tronco,
agarrándose, arrelando,
retorciéndose en mi interior,
creciendo sin parar.
Busca tocar todos los rincones
de esta mansión diminuta.
Desaparecidas, ya no sé si volverán,
o si otras tomarán su lugar.
¿Dará el rosal flores que
las atraigan de verdad,
que les den el hogar
que les hubiera gustado encontrar?
Atrápame, bien fuerte. Atrápame.