Ya no quiero ser mar,
aquel del que no se ve el fondo,
aquel en el que quieres nadar
atraída por su misterio,
por sus sombras y reflejos escurridizos.
Ya no quiero ser esas aguas embravecidas
fervientes en su deseo de alcanzar la luna,
incesantes y ruidosas, caóticas,
y que amenazan con ahogarte.
Ya no quiero ser ese ser
que de esperanza vive albergando el horizonte.
No quiero desvelarme con la luz de una sonrisa,
perderme en el momento en el que me dicen
que voy tarde, o que el amor se acaba.
Ya no quiero ser el mar, calmo o agitado,
en el que se hunde y remueve el pasado.
Yo quiero ser viento.
El viento que dirige las olas
y te deja regalos a los pies.
Te vacila cuando abres la ventana,
juega con tu pelo y el paraguas,
y siempre, te susurra siempre.
El viento del desierto, el viento del bosque,
el de las aventuras, el de las flores
y el del verano pasado.
El mismo viento que me da alas,
que me despierta, que me impulsa,
que me da libertad, me aisla,
me guarda de mis miedos
y me empuja hacia a ellos.
El viento que inspira, que inspiro,
el que me encuentra y no huye.
El del deseo, el del apetito,
el de la sed y el buen gusto,
El viento que nos deja sin aliento
y lo toma en el último momento.